sábado, junio 25, 2005

El Viajero

Desgastando algún número par de dibujos se pone en movimiento con la ansiedad de arribar al destino. Y que más halagador que el saber que en el otro extremo hay por lo menos una persona más con esa misma impaciencia. El deseo de llegar para nunca irse, o de que llegue para que nunca se vaya, para así gozar de las visitas planeadas y las improvisadas y el siempre sonreír con algún recuerdito o regalo glorioso que se entrega, adicional claro a la alegría de contar con compañía tan distinguida y (a veces) tan anhelada.

La vida de un viajero no es sencilla: siempre hay gastos, siempre hay contratiempos, cansancio y tedio en algún punto del trayecto cuando realmente no queda más que esperar a que el odómetro se revolucione y que la suerte (y la parca) no obsequie ningún imprevisto. Pero con todo costo viene un beneficio, que muchas veces llega con un simple abrazo, con una sonrisa o con un beso.

Quiero ser otra vez viajero, o quiero tener la esperanza de regresar (o que regresen) de un viaje, para esperar que el encuentro y el reencuentro sean tan dulces como pueden ser, con esos labios húmedos, y con esa tierna carne de su pecho contra el mío.

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